Los celos
Yo creo que hay que luchar a brazo partido con los celos. Los celos se van a presentar, más tarde o más temprano. Pero, a lo mejor, lo que podemos hacer es discernir para ahorrarnos algunos celos que no son hijos del amor sino, más bien, hijos de unas convicciones burguesas.
Hay muchos hombres que tienen celos de sus mujeres o de sus novias, que se sienten, antes que entristecidos, antes que desolados por esa falta de amor, ofendidos por la invasión que otro ha hecho en algo que ellos consideran de su propiedad. Eso, me parece a mí, no tiene mucho que ver con el amor, sino con la sensación burguesa de que la mujer es una propiedad y que uno ha establecido un derecho real sobre ella.
Entonces, la aparición de otra persona usufructuando ese derecho es una afrenta. La idea de la afrenta no tiene que ver con el amor ni con el deseo. A lo mejor, podríamos luchar contra esa clase de celos. Digo, a lo mejor, podríamos darnos cuenta de que esos no son celos sino más bien una especie de indignación jurídica.
Y después sí, están los celos que son hijos del amor y de la pasión, quizás mucho más fuertes que esa sensación, que es "ella no está donde yo quiero que esté". No es tanto que esté con otro, es que no está con uno. Ésa es la mayor tristeza.
Yo creo que el amor consiste en convertir de algún modo, de modo verdadero o inventado, a otra persona en algo único e irremplazable. Y entonces, justamente ese carácter de irreemplazable promueve la desesperación de un hombre o de una mujer cuando ve que el objeto de su amor está eligiendo a otro como único e irreemplazable. Y esta desesperación es mayor porque ese carácter de irreemplazable que le hemos conferido, y que esta persona ha conferido a otro, es muy difícil de pautar, de negociar, no se puede considerar único e irreemplazable a un tendal de personas, a una docena. Justamente, para considerar único a alguien, tiene que no haber nadie más.
Entonces, este carácter definitivo que siente el enamorado rechazado, que ve que la mujer amada está con otro o la mujer que ve que el hombre amado está con otra, este carácter definitivo es lo que lo hace parecer tanto a las penas del infierno que no van a terminar, no tiene término, no sucede por un rato, sucede por siempre.
Me gustaría, para abonar esta idea, pensar en el más patético de los personajes del teatro y de la realidad: el enamorado rechazado. Pensemos por un momento en la posibilidad de que verdaderamente existe un cielo en donde las personas buenas, decentes y valerosas encuentran una recompensa. Entonces, a lo mejor, hasta podrían decirnos que aunque en vida no hayamos sido demasiado felices, hay otra vida que nos recompensa por haber sido buena gente. Entonces, aquello que no conseguimos aquí, lo conseguiremos allá. Pero en el caso del amor rechazado, temo que no será posible complacerlo. ¿Cómo es el cielo de la persona que ama a alguien que ama a otro? Es igual. Porque si estamos muertos los tres, los amores repetirán en el cielo el mismo esquema que en la tierra.
La única solución para un amante rechazado es ir al Infierno, institución que dados los sufrimientos que se le ha deparado en la tierra, será sentida por éste como una mejora. ¿Cuál es el consejo entonces ante estas reflexiones apocalípticas? Ninguno. Ninguno o quizás sólo uno: disfruten mientras puedan. Y sabiendo que éste es un bien que a veces desaparece, pues disfrútenlo muchachos si pueden.
¿A quién vamos a dedicar ésto? Pues a esos hombres que, aún siendo celosos, son capaces de aplacar este sentimiento en la medida en que fuesen ofensivos y destructivos para otros, especialmente para la persona amada. A los que no anidan celos burgueses y mezquinos. Y peor aún, a los que no anidan celos injustificados en su alma, a los que valoran más el amor que la propiedad.
Hay muchos hombres que tienen celos de sus mujeres o de sus novias, que se sienten, antes que entristecidos, antes que desolados por esa falta de amor, ofendidos por la invasión que otro ha hecho en algo que ellos consideran de su propiedad. Eso, me parece a mí, no tiene mucho que ver con el amor, sino con la sensación burguesa de que la mujer es una propiedad y que uno ha establecido un derecho real sobre ella.
Entonces, la aparición de otra persona usufructuando ese derecho es una afrenta. La idea de la afrenta no tiene que ver con el amor ni con el deseo. A lo mejor, podríamos luchar contra esa clase de celos. Digo, a lo mejor, podríamos darnos cuenta de que esos no son celos sino más bien una especie de indignación jurídica.
Y después sí, están los celos que son hijos del amor y de la pasión, quizás mucho más fuertes que esa sensación, que es "ella no está donde yo quiero que esté". No es tanto que esté con otro, es que no está con uno. Ésa es la mayor tristeza.
Yo creo que el amor consiste en convertir de algún modo, de modo verdadero o inventado, a otra persona en algo único e irremplazable. Y entonces, justamente ese carácter de irreemplazable promueve la desesperación de un hombre o de una mujer cuando ve que el objeto de su amor está eligiendo a otro como único e irreemplazable. Y esta desesperación es mayor porque ese carácter de irreemplazable que le hemos conferido, y que esta persona ha conferido a otro, es muy difícil de pautar, de negociar, no se puede considerar único e irreemplazable a un tendal de personas, a una docena. Justamente, para considerar único a alguien, tiene que no haber nadie más.
Entonces, este carácter definitivo que siente el enamorado rechazado, que ve que la mujer amada está con otro o la mujer que ve que el hombre amado está con otra, este carácter definitivo es lo que lo hace parecer tanto a las penas del infierno que no van a terminar, no tiene término, no sucede por un rato, sucede por siempre.
Me gustaría, para abonar esta idea, pensar en el más patético de los personajes del teatro y de la realidad: el enamorado rechazado. Pensemos por un momento en la posibilidad de que verdaderamente existe un cielo en donde las personas buenas, decentes y valerosas encuentran una recompensa. Entonces, a lo mejor, hasta podrían decirnos que aunque en vida no hayamos sido demasiado felices, hay otra vida que nos recompensa por haber sido buena gente. Entonces, aquello que no conseguimos aquí, lo conseguiremos allá. Pero en el caso del amor rechazado, temo que no será posible complacerlo. ¿Cómo es el cielo de la persona que ama a alguien que ama a otro? Es igual. Porque si estamos muertos los tres, los amores repetirán en el cielo el mismo esquema que en la tierra.
La única solución para un amante rechazado es ir al Infierno, institución que dados los sufrimientos que se le ha deparado en la tierra, será sentida por éste como una mejora. ¿Cuál es el consejo entonces ante estas reflexiones apocalípticas? Ninguno. Ninguno o quizás sólo uno: disfruten mientras puedan. Y sabiendo que éste es un bien que a veces desaparece, pues disfrútenlo muchachos si pueden.
¿A quién vamos a dedicar ésto? Pues a esos hombres que, aún siendo celosos, son capaces de aplacar este sentimiento en la medida en que fuesen ofensivos y destructivos para otros, especialmente para la persona amada. A los que no anidan celos burgueses y mezquinos. Y peor aún, a los que no anidan celos injustificados en su alma, a los que valoran más el amor que la propiedad.
Comentarios
Publicar un comentario