El Perdón

Estamos acostumbrados a pensar cualquier cosa en términos de cálculo e inversión personal. Todo lo que hacemos, lo hacemos y esperamos algún resultado, alguna devolución. Y así pensamos también al don, al acto de dar. Damos y recibimos. ¿Qué sentido tendría dar cualquier cosa si no es en virtud de un retorno? ¿Y sin embargo, no es justamente el acto de dar por definición algo que no debería volver? ¿Si doy para que vuelva, estoy realmente dando? Tal vez nunca demos tanto como en el perdón. Cuando perdonamos, lo damos todo. Sobre todo porque vamos aún en contra de nuestro propio deseo.

¿Pero por qué perdonamos? ¿Y qué damos cuando perdonamos? ¿No hacemos del perdón muchas veces una inversión y una estrategia? ¿Y no debería el perdón, por el contrario, interrumpir la lógica del cálculo?

¿Todo es perdonable? ¿Todos se merecen el perdón? ¿Es el sentido del perdón que circula habitualmente el que lo refleja de manera más auténtica? ¿Es el perdón que utilizamos en la cotidianidad, por ejemplo, en las disculpas entre amigos, el que manifiesta su sentido más profundo? ¿Estamos perdonando cuando perdonamos en la vida diaria? Según el filósofo Derrida, existe un abuso del perdón en nuestra sociedad. Este abuso, debilita al perdón y lo lleva hasta su opuesto, transformando un acto de donación incondicional en una estrategia basada en el cálculo y la especulación.

Todo perdón supondría un correrse de la lógica del intercambio. O mejor dicho, una donación absoluta: está en el perdón una renuncia a cualquier compensación. Pero si el perdón tiene un móvil estratégico, si hay medida, si hay inversión, si hay conveniencia, si hay cálculo, entonces hay un sentido esencial del perdón que se pierde.

Según Derrida, hay algo de imposible en el perdón, de locura o incluso de irracionalidad. No puede haber perdón interesado. Cada vez que está al servicio de una finalidad, aunque ésta sea noble, el perdón no es puro.

Por eso, hay que invertir el esquema. Si sólo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, la misma idea de perdón se desvanecería. De allí, esta aporía: el perdón sólo perdona lo imperdonable. No hay perdón, si lo hay, más que allí donde existe lo imperdonable. Si perdonáramos lo perdonable, entonces ya no haría más falta el perdón.

Derrida cuestiona de nuevo: ¿Sólo tiene sentido perdonar a aquel que pide el perdón? ¿Y si lo está pidiendo, no se convirtió ya en otro del que era cuando hacía el mal?¿Y si ya es otro, para qué necesita el perdón?

Creo que el perdón es loco. Y que debe seguir siendo una locura de lo imposible. Jamás se podría fundar una política o un derecho sobre el perdón. Dar, sólo eso. Fuera de toda lógica. Fuera de todo cálculo. Fuera de toda estrategia. O en todo caso, como un modo de seguir construyendo lo imposible.

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