La naturaleza del amor

Hay una tensión nodular que estructura cualquier análisis sobre la naturaleza del amor y que viene siendo narrada desde El Banquete de Platón, ese primer tratado sobre el vínculo amoroso. Se trata de aquello que Platón hace decir a algunos de sus interlocutores bajo los nombres de las figuras del amante y del amado; casi como si se tratara de una relación asimétrica donde en toda pareja parecería que hay uno que ama (el amante) y busca en el otro algo que no sabe que es, así como hay un otro que es amado, pero no entiende qué es lo que posee que atrae tanto al primero. Es decir, hay una ignorancia mutua en el origen del amor que hace de los vínculos relaciones problemáticas: el amante padece la falta permanente, ya que nunca ve plenificado lo que busca, mientras que el amado siempre se aprovecha de su condición y ejerce por eso su poder sobre el amante.
Pero ¿qué “posee” el amado que hace desesperar tanto al amante? Tal vez todo el drama del amor radique en pensarlo desde la posesión. Tal vez no sea ignorancia, sino ausencia; esto es, tal vez el amado no “posea” nada, sino aquello que el amante deposita en él. Y siendo entonces un producto espectral -como en la historia de Orfeo que baja a los infiernos a rescatar a su mujer a la que no puede llevarse porque cuando la agarra se vuelve humo-, el amor nunca se consuma.

Toda historia se puede resumir en el drama de aquel que cuando ama entiende en ese acto que el amor no implica la lógica de la reciprocidad, y que por ello tiene que elegir o bien seguir amando, o bien poder disolver ese espectro y enfilar para otro lado.

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